
Desde Casares, balcón serrano situado en un cruce de caminos entre Málaga y Campo de Gibraltar, se divisa el Peñón, hierático, señorial, con un magnetismo ancestral para las gentes de estas tierras.
En este camino de ida y vuelta, a medio camino entre la Historia y la Memoria, enjugada por trescientos años, se ha alzado una realidad incuestionable: el contrabando.
Esta actividad fue ejercida por una élite latifundista, la familia Larios y don Juan March, propietarios sucesivos de 2.590 hectáreas en la zona del río Genal [1], y también por contrabandistas a caballo, estraperlistas a pie o por simples matuteras.
A lo largo del tiempo han ido apareciendo en el dédalo de caminos que es el término municipal de Casares este tipo de personajes variopintos, obligados al desarrollo de este trajín.
El objetivo de este artículo es adentrarse en el perfil de los casareños de otros tiempos, hombres y mujeres, para tratar de interpretar su trayectoria a través de esta forma de vida.

Grabado: matuteras en zona neutral de Gibraltar. Autor desconocido
Los orígenes
Alejados de los principios legales y macroeconómicos, el contrabando desde Gibraltar dio la posibilidad de supervivencia a muchos habitantes de esta tierra, siendo Casares, señorío y latifundio, el medio y cultivo ideal para convertirse en uno de los centros neurálgicos de esta economía sumergida en dirección a Ronda e irradiada hacia toda la Península.
Hay elementos de las partidas de guerrilleros constituidas en Casares durante la Guerra de Independencia (1808 – 1814) [2] que se integraron en partidas de contrabandistas aprovechando su conocimiento del medio, al ser expertos caballistas y tener una amplia formación en la guerra de guerrillas.
Don Juan Infante García, casareño y masón, jurista y magistrado, con una dilatada vida profesional que finaliza en la Audiencia Provincial de Cádiz, dejó unas memorias escritas de un Casares totalmente desconocido [3]. Referente al contrabando comenta que Casares estaba dividido en dos bandos locales, la fracción de arriba y la fracción de abajo, según era el lugar en que tenía su morada el jefe de cada pandilla. Ambas dedicadas a la ocupación de contrabando con Gibraltar. Era la década de 1830.

Frontera de Gibraltar (1928)
En el último tercio del siglo XIX y primer tercio del siglo XX, esta actividad decrece en Casares pueblo pero no en su término, continuando principalmente en todo el recorrido del río Genal, zona de tránsito y destino hacia Ronda, donde resulta raro el día en que no hubiese un encuentro, incluso armado y con muertos de por medio, entre contrabandistas a caballo con cargas de tabaco, café y azúcar, y el Real Cuerpo de Carabineros [4].
Los carabineros tenían instalados el cuartel principal en Casares. En un primer momento en calle Copera y posteriormente en calle Villa, con puestos de control avanzado en las principales vías pecuarias del término. Actuaban con total eficacia en el control de los impuestos al consumo de todo lo que entrara en Casares pueblo, provocando durante la crisis finisecular [5], la revuelta de las mujeres consumeras de Casares de 1898.
El puesto de carabineros de Torre la Sal tenía la competencia del control marítimo y la dirección terrestre hacia Estepona.
La Guerra Civil y la posguerra
Si la Guerra Civil supuso un paréntesis para esta actividad, la posguerra es el aquelarre del contrabando de miserias en esta zona, cuando se hace necesario redefinir conceptos como contrabando: “Delito fiscal realizado en la frontera”, y estraperlo: “Distribución y venta por el país de producto que no habían cotizado la fiscalidad en la frontera”. Así pueden encuadrarse mejor a los actores principales de este capítulo de la Historia.
Casares vive días de racionamiento, cuando este llegaba. De autarquía, cuando las cosechas y las producciones agropecuarias acompañaban. De miserias, hambruna y de ausencias con lágrimas amargas. Al final, de supervivencia al límite, de subsistencia. En este escenario, la única alternativa de sustento pasa por aquel lejano Peñón de Gibraltar.
Como siempre, los casareños se monta en sus desgracias y vuelven a aparecer perfiles y estrategias ya empleadas en otro tiempo para mitigar y sofocar las miserias. Para ello, cada cual se las arregla como puede con lo que tiene. Aparecen tres modelos de personajes: matuteras, estraperlistas y contrabandistas a caballo, figuras con las que la mayoría de los paisanos de este pueblo está totalmente identificada, pues fueron sus abuelas, abuelos, tíos y, en resumen, su familia.
Todo Casares se vistió de luto [6]. La mayoría de las mujeres en situación de desamparo y desesperación recurrieron a una nueva actividad: el matute, producto de contrabando no sometido a ninguna fiscalidad.
Las matuteras o recoveras
Las matuteras fueron mujeres dedicadas a distribuir y revender los géneros adquiridos en La Línea de la Concepción, fruto del contrabando.
El número de mujeres dedicadas a esta actividad en Casares no se puede determinar de forma objetiva, por las características intrínsecas de la actividad y la temporalidad de la misma. No obstante, haciendo un sencillo recuento, son más de cincuenta las mujeres que durante un periodo de tiempo ejercieron en esta actividad en Casares durante la posguerra.

Fotografía : María Jiménez Sánchez (Casares, principios del siglo XX)
Definir el perfil de estas mujeres no ofrece tanto riesgo porque todas parten de un rasgo común: eran mujeres solas, desvalidas y desprotegidas. La mayoría, viudas o separadas, con cargas familiares. Sus maridos corrieron peor suerte pues habían muerto en diferentes circunstancias de guerra o durante la represión franquista, o sufrían el rigor carcelario, estaban en campos de trabajo o eran enfermos crónicos. Si les acompañó la suerte, estos hombres estaban huidos o en el exilio.
Las edades medias de estas mujeres estaban entre los treinta y los cuarenta y cinco años, una edad capacitada físicamente para las largas caminatas que debían cubrir. Tenían un escaso o nulo nivel alfabético, pero una sabiduría y un carácter que habían heredado de otras muchas mujeres supervivientes: en ello les iba la subsistencia y la vida.
El viaje lo hacían en pequeños grupos de dos o tres personas, caracterizados por su indumentaria de color negro.
El esquema económico de esta actividad era simple: ganancia, supervivencia y reinversión.
En estos pueblos se solía encubrir todo, así que como estrategia ante la Ley, principalmente por miedo al aparato represor, se sustituye su denominación objetiva, matutera, por otro término, recovera, para definir a la persona que de forma legal compra y vende entre las diferentes viviendas de campo y el pueblo. Fue lógico entender el eufemismo pero hoy no es aceptable esta terminología confusa entre matutera y recovera.

Fotografía: Matuteras vendiendo. La Línea de la Concepcion-Gibraltar (1934).
La matutera en dirección a La Línea de la Concepción bajaba productos del campo (embutidos y otros) con el objetivo claro de recaudar más dinero y poder adquirir todos los productos de contrabando que pudiese transportar: tabaco de picadura y cigarrillos rubios, café, azúcar, sacarina, telas y medias, penicilina, etc.
Tras la carga volvían al pueblo por el mismo camino. La venta se realizaba principalmente en su domicilio particular a vecinos y conocidos.
Doña María Jiménez Sánchez fue una mujer representativa de este grupo de matuteras de Casares [7]. Vivía en la calle La Fuente. Su marido estaba encarcelado en el Puerto de Santa María. Tenía un hijo profundamente asmático a su cargo. Su única propiedad era un pequeño asno rucio rodado, llamado Luis, fiel compañero de caminos. En su madurez rememoraba las horas nocturnas pasadas dentro del río Genal, escondidos detrás de un taraje, con Luis a cuestas, y con los guardias civiles dando vueltas para arriba y para abajo, aunque les resultaba infructuoso su obcecado servicio.
Estraperlistas
Estraperlista es el apelativo masculino para los que ejercen el matute. Los rasgos comunes de la situación de los hombres que practicaban esta actividad eran más variados, fundamentalmente condicionados por la falta de trabajo, los irrisorios sueldos del campo y la hambruna sin alternativa que se padecía en estas tierras. Eran jóvenes sin recursos, soldados retornados, rojos represaliados, jornaleros y otros, que una vez regresaban a Casares no podían ganarse la vida y el sustento diario de forma digna y honrada.
Los estraperlistas transportaban más kilos de peso que las matuteras, de los productos de más relevancia (azúcar café y tabaco), que llevaban cargados sobre las espaldas en un morral o pacota de cuero, y en cananas.
En Casares era conocido el contacto y la venta de estos productos a los guerrilleros antifascistas instalados en la sierra.
Cuenta en sus memorias don Antonio Cáceres Galiano [8], cenetista, soldado, represaliado y ex convicto : En 1945 comencé a trabajar, con aquello que no tenía manejos, fui a uno que tenía negocios de todas clases de estraperlo y le conté el caso y me dice: “Dinero no te puedo dar pero mercancía toda la que quieras , te las llevas y las vendes, para ti las ganancias, me pagas y vuelves a cargar…”. Pasaron los años y en la década de los cincuenta continúa diciendo Cáceres Galiano: (…) Las cosas del estraperlo y contrabando ya no se le ganaba mucho, tuve la mala suerte que me cogieran los guardias dos o tres veces y tuve que pagar la multa que me pusieron (…). Así acabó su vida de estraperlista para siempre.
Muy de madrugada salían las matuteras y estraperlistas de Casares, cargados con los productos que habían adquirido o intercambiado con los vecinos (chacinas, conejos eviscerados con piel y pelo, aceite, harinas, tagarninas, espárragos, aceitunas, etc), ajustando el paso. Les esperaban cincuenta kilómetros de una complicada orografía, con constantes subidas y bajadas.

Existían dos rutas alternativas [9] que eran escogidas en función de diversos factores como los climatológicos, la intensificación de los controles y otros.
La primera y más utilizada de las rutas iba de Casares al Cortijo El Barrancón, Venta del Tesorillo, Majarambú, campos de San Roque y de aquí a la Línea.
La segunda ruta iba de Casares a Martagina, Guadiaro, Sotogrande, Cortijo El Diente, Playas del Zabal, para dirigirse finalmente a la Línea.
En la Línea se vendían o se intercambiaban las materias primas de Casares con cierta celeridad. Si no era posible se vendían o cambiaban a minoristas de alimentación, siempre a precio inferior. A continuación se hacía la carga de estraperlo para la vuelta, adquiriéndose a contrabandistas, en el que participaban casareños residentes en La Línea.
El punto de encuentro de referencia eran las pensiones de la época [10]: Las Flores, junto al mercado central, o la Margarita Huertas. Una vez hechas las cargas se iniciaba el camino de vuelta o se hacía noche, si las ganancias lo permitían. El estraperlista vendía sus productos mayoritariamente por el campo a gentes conocidas y de confianza.
El contrabando a caballo
El contrabando a caballo no fue una actividad muy utilizada en Casares en esta época. Sin embargo, el pequeño grupo de caballistas existente era rotundamente admirado, respetado y querido.
Destaca sobremanera un personaje que pasó al imaginario colectivo del pueblo, don Francisco Sarmiento Sánchez [11], caballista consumado, experto conocedor de caminos, veredas y accesos de una amplia zona de la Serranía de Ronda, Sierra de Cádiz, y Sierra Sur de Sevilla. Su carácter arriesgado y las necesidades propias de una familia recién formada, le hicieron acometer empresas cada vez más difíciles de cumplir. Alijaba en las playas más recónditas entre La Línea de la Concepción y San Luis de Sabinillas, y a partir de ahí comenzaba el tortuoso camino que se dirigía a diferentes localidades importantes de Andalucía.
Tuvo varios encuentros con la Guardia Civil de los cuales salía airoso, con una huida rápida y veloz.
En Puerto de Gáliz, el 29 de octubre de 1952, en una encrucijada de caminos en término municipal de Jerez, en un rececho de la Guardia Civil, murió bajo una intensa lluvia de tiros de máuser. Nunca pudo llegar con aquella maldecida carga de tabaco con destino a Montellano (Sevilla).
Sarmiento Sánchez tenía las características de un héroe, de un mito popular. Poseía la estética de la juventud, montado sobre un caballo castaño de gran alzada, bien pertrechado y enjaezado, con andar pausado, recorriendo el pueblo hasta su cuadra en la calle Camacha, próximo al muladar.
La Guardia Civil
A partir de 1940 [12] es la Guardia Civil la que asume la competencia en el control del contrabando y estraperlo. Este cuerpo actúa con implacable rigurosidad. Son tantas las historias que se cuentan que por sí solas constituyen argumentos, unas veces a favor y otras en contra. Desde el pago de “la propina”, hasta el pago con sexo de alguna que otra matutera. Desde hacer la vista gorda hasta los malos tratos. Del no querer saber nada hasta el decomiso y pertinente sanción económica. Cada uno contaba la feria tal como le iba.

Los años 50 y la desaparición de la actividad
A partir de los años cincuenta, con el aumento del nivel de vida va decayendo paulatinamente el número de personas dedicadas al estraperlo a pie y se produce un cambio sustancial, pues se empieza a utilizar como vehículo de transporte un coche gasógeno, que posteriormente pasa a ser de gasolina. Se recuerda un Buick matrícula M-36657 del año 1930.
En coche, el contrabando se convirtió en una activada más cómoda aunque no carente de riesgo, debido a los puestos de control de la Guardia Civil en carretera. En esta nueva etapa destaca el registro de inspección fiscal del Toril en San Roque, que era un cruce de caminos en esa localidad. La forma de sortearlo era bajarse del coche con los productos una vez comenzaba la cuesta de San Roque, antes del control, y retomar el vehículo a una distancia de aproximadamente 2 kilómetros, a la altura del arroyo de la Mujer. El puesto de control del Madrona, en Sabinillas (Manilva), también fue eficiente, actuando de filtro de todo lo que hubiese pasado El Toril.
Con el tiempo y tras el cierre de la verja de Gibraltar, el ocho de junio de 1969, esta actividad se fue haciendo residual en Casares. Al desaparecer la gente casi todo quedó en el olvido, perdiéndose con ello el “Camino de Casares a Gibraltar”.

Fotografía: Último desembarco del barco entre Algeciras y Gibraltar (Año 1969. Autor: © Chris Montegriffo )
Notas
[1] “Medina Sidonia, Larios, March, latifundistas en el Campo de Gibraltar” (1990). José Regueira Ramos y Esther Regueira Muñoz. Almoraima: revista de estudios campogibraltareños, 4:9-107
[2] Actuación de los casareños en la Guerra de Independencia. 1813
[3] Memorias de D. Juan Infante García. 1942
[4] Hemeroteca digital Biblioteca Nacional de España
[5] Así sobrevivimos al hambre: estrategias de supervivencia de las mujeres en la postguerra española (2003). Encarnación. Barranquero Texeira y Lucía Prieto Borrego (CEDMA)
[6] Casares en la memoria (2011). VV.AA. Atrapasueños
[7] Microbiografía inédita “La abuela”
[8] Memorias de D. Antonio Cáceres Galiano. 1982
[9] Entrevista J.E.P.P.
[10] Entrevista B.P.V.
[11] Información de Registro Civil de Casares y J.S.M.
[12] Archivo DGT
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Cilniana, números 28-29 (2018-2020)