La Historia Agraria de Casares se sitúa en la encrucijada de dos modelos opuestos, el latifundismo o gran propiedad de la tierra en Andalucía Occidental, y el minifundio o propiedad agraria de extensión reducida de Andalucía Oriental.
Con la abolición del Señorío de Casares por la Constitución de 1812, comienza una distribución de la propiedad agraria que ha ido evolucionando hasta nuestros días.
El Duque de Osuna se reserva las propiedades más fértiles del Bajo Genal, dedicadas al monocultivo de la caña de azúcar entre finales del siglo XIX y principios del XX. Esta propiedad es adquirida por la Familia Larios (Sociedad Industrial y Agrícola del Guadiaro), en 1887, y posteriormente por Juan March Ordinas, en 1929. A partir de 1944 este último propietario realiza un proceso de parcelización y venta de fincas en esta zona.
Paralelamente se genera una gran propiedad municipal, mayoritariamente de carácter forestal y encuadrada dentro de los terrenos de propios del Ayuntamiento, de la cual se desamortizará la finca Monte del Duque a principios del siglo XX, pasando a ser propiedad de Miguel Martínez de Pinillos, propietario de la naviera gaditana Pinillos.
Se constituye en este siglo una burguesía agraria local propietaria de las cortijadas de secano más renombradas, especializada en el cereal, con predominio de la siembra de trigo duro.
También aparece un escaso segmento de pequeños y medianos propietarios (escaso en relación a la superficie agraria total del término), con diferentes denominaciones de fincas: ranchos, hazas, suertes, capellanías, pegujales, huertas, etc.
- Rancho: División de un cortijo para su arrendamiento.
- Haza: Designa una parte de la unidad del cortijo.
- Suerte: Cada uno de los lotes en que se divide un terreno para su reparto entre los censatarios, previo sorteo, también se aplicó a tierras desamortizadas para su pública subasta.
- Capellanías: Segregación de un patrimonio agrario con destino a la manutención del clérigo titular.
- Pegujal: Cesión de patrimonio agrícola al encargado o guarda para su cultivo como parte de la remuneración.
En la base de esta distribución de la propiedad se da una modalidad específica de nuestro pueblo, motivo de este trabajo: el cortinal.
Imagen: Detalle de cultivos y producción agraria de Casares. Año 1948
El cortinal
Hasta hace unos cincuenta años existía una tipo de propiedad en Casares muy peculiar: se era propietario del árbol y sus producciones sin serlo del suelo que lo circundaba. Se definía este hecho como «dueño del vuelo, pero no del suelo», siendo el castaño el árbol más frecuente en este tipo de propiedad.
Hay palabras casareñas antiguas, propias, próximas al arcaísmo, que nos identifican como pueblo con Historia. Cortinal es una de ellas, estando vigente la propiedad y el uso del vocablo en la actualidad.
Se define cortinal como un «trozo pequeño de terreno agrícola, no mayor de dos fanegas, aledaño al pueblo. Su nombre proviene de la habitual linde de piedras; de escasa calidad y productividad».
La producción en el cortinal
Las características agropecuarias del mismo eran su origen forestal, ser de secano y tener suelos pobres. La arboleda era su mayor riqueza, representada por almendros, olivos, algarrobos, higueras, chumberas y castaños, con una producción aceptable cada dos años.
Los cultivos de sembradura, donde su aprovechamiento era posible, se realizaban con arado y asno, cultivándose arveja, avena, yero y altramuces para alimentación animal, y para consumo humano guisantes, habas, cebollas, tomates y patatas en secano.
La ganadería en el cortinal tenía escaso potencial y carácter familiar para el autoconsumo, representada por el asno, la cabra, el cerdo, y gallinas y pavos. Del estudio del conflicto judicial entre vecinos de cortinales se deduce que eran en su mayoría denuncias realizadas por los Guardas Jurados Particulares, debido a la invasión de animales en fincas vecinas y ajenas.
Los documentos de época describen el cortinal como: «Tierras de ínfima calidad de escasa capacidad productiva». Es recogido en el refranero popular casareño: «Cortiná, colmená, los dos no son ná«.
Imagen: Denuncia de un guarda contra un vecino
Evolución del cortinal
El cortinal actual tienen su origen, evolución y consolidación a lo largo del siglo XIX. Los inicios fueron desmontes clandestinos de terrenos públicos municipales de propios y forestales. Se observa una mayor profusión de cortinales desde el paraje del Puerto de la Cruz hasta el límite de fincas consolidadas de la Manga-Celima, la Acedía y la Campiña.
Posteriormente, el Ayuntamiento inicia un proceso de reconocimiento y nuevos repartos de tierras de propios entre jornaleros del pueblo. Este proceso de cortinalización está finalizado, como recoge el Censo Agrario correspondiente al Catastro de 1897, apareciendo los documentos de compra-venta como orígenes de legalidad y derechos de propiedad.
El análisis de este tipo de fincas en Casares presenta singularidades sociales, económicas y políticas derivadas de un siglo y medio de pervivencia autárquica, con una población mayoritariamente jornalera, en un permanente sistema agrario de economía de subsistencia.
Subjetivamente, ser propietario de tierras, además de poseer un bien riqueza, otorga una consideración social y sirve de reafirmación personal.
Imagen: Copia manuscrita de un plano de Casares que figura en su Ayuntamiento. Antigüedad desconocida
Estratégicamente, los poderes públicos acotados por los latifundistas cortijeros consiguen arraigar una mano de obra estacional y semijornalera que trabaja una media de 150-200 días en jornales en sus propiedades y el resto del tiempo en el cortinal.
El cortinal fundamenta una reducción de las tensiones y agitaciones sociales de los jornaleros en su camino a la proletarización, convirtiendo el ideal de reparto de tierras en un objetivo prioritario de lucha.
Los cortinales constituyen en la postguerra un asidero de trabajo para muchos casareños sin otra alternativa laboral. Un cortinal es el lugar de destierro del Maestro Gavirita, excarabinero, republicano, andalucista y maestro particular.
A partir de 1970 se produce un cambio radical en los cortinales. Estas fincas son adquiridas mayoritariamente por foráneos y extranjeros, con un objetivo vacacional y de ocio, dando lugar a la aparición de un personaje siniestro y de difícil calificación: el corredor.
Y como recuerdos de un tiempo que ha desaparecido, de un camino perdido, nostalgias de la infancia y de un atardecer de finales de verano, queda la imagen del cortinalero bajando por las Piletas al Llano y calle La Fuente, camino del carnicero, acompañado de un gran cochino, acabado en cebo, castrado, lampiño y tostado, con cierto olor a higos pardillos fermentados, trabado corto de una mano, paso lento y cansado, gruñidos susurrantes. En función del agrado, el vecindario le preguntaba:» Fulano, ¿a quién se lo has vendido?». Él contestaba con monotonía y, según el caso, repetía el nombre del carnicero adquiriente.
Tiempos aquellos, maravillosos, en los que la arroba se expresaba como peso de paletas, jamones, lomos y chicharrones.
Con afecto a aquellos sacrificados cortinaleros que supieron transmitirnos un patrimonio único de hombres libres, EL CORTINAL, de los que heredamos un mensaje inteligente, válido, vigente y actual: «El límite de la austeridad es la dignidad«.
In memoriam de Salvador Gil Rodríguez «Salvador Ramón». Con él ha muerto una profesión de nuestra historia agraria casareña. Hasta siempre maestro herrador.
Nota:
Este artículo fue publicado por primera vez en la web iluana.com, el 20/11/2012.
Los documentos que aparecen en este artículo pertenecen al archivo propio del autor.