Recuperamos hoy 10 de agosto de 2023 este texto escrito por el casareño Blas Infante en 1916, publicado en el número 4 de la revista Andalucía (sept. 1916). Tal día como hoy, en la madrugada del 10 de agosto de 1936, en el kilómetro 4 de la carretera Sevilla-Carmona, junto a la tapia del cortijo Gota de Leche, fue fusilado el más ilustre de los casareños. Tenía 51 años. Había sido arrestado el 2 de agosto en su casa de Coria del Río, Villa Alegría, y permaneció encerrado en el cine Jáuregui de Sevilla, convertido en cárcel por el bando sublevado al gobierno de la República, hasta el día del fusilamiento.
Era el día 2. Las once de la mañana del día 2 de agosto de 1936. Y vi a un hombre vestido de la Falange, que era Crespo, con el pelo cano, alto, entrando por esta puerta. Y cosas de los chiquillos, me fui por la otra parte de la terraza y vi a otros hombres jóvenes también vestidos de Falange. Yo no había visto a nadie vestido así, porque ni en Coria ni en Puebla se había visto la Falange. Di la vuelta a la casa para ir a la del guarda a preguntarle quién era esa gente, porque había alboroto, cuando oigo a mi padre decir: “Adiós, Anita. Adiós, Salvador”. Yo tenia ocho años. María, seis; Blas, cinco y Alegría, diez meses
Fuente: Blas Infante. Toda su verdad. Enrique Iniesta
En la sentencia sin juicio que le condenó (anulada en 2020) se cita que “formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1932” y que “en los años sucesivos hasta 1936 se significó como propagandista para la constitución de un partido andalucista o regionalista andaluz”, algo que no era ilegal en el momento de su fusilamiento.
En el 87 aniversario de este cruel asesinato, su pensamiento, que hablaba de autogobierno, federalismo, multiculturalidad, laicismo, dignidad para la mujer, justicia y enseñanza gratuitas, que finalmente le costó la vida, sigue estando perfectamente vigente.
EL JORNALERO ANDALUZ
Por Blas Infante
Publicado en la Revista Andalucía, núm. 4, editada por el Centro Andaluz de Sevilla, septiembre de 1916
(Fuente: Biblioteca Nacional de España)
Aseguro a V. E., escribía al Conde de Aranda el ilustre Campomanes, el que no ha logrado ser sustituido después, como dice Costa por los regidores de bandas políticas; «aseguro a V. E. que al considerar la situación del jornalero acuden a mis ojos las lágrimas«. Cuando así se expresaba el gran Campomanes, ganaba el jornalero cinco reales. Y desde entonces ha transcurrido cerca de siglo y medio. Las subsistencias han encarecido grandemente. El jornal no ha aumentado.
Yo tengo clavada en la conciencia, desde mi infancia, la visión sombría del jornalero. Yo le he visto pasear su hambre por las calles del pueblo, confundiendo su agonía con la agonía triste de las tardes invernales; he presenciado cómo son repartidos entre los vecinos acomodados, para que éstos les otorguen una limosna de trabajo, tan sólo por fueros de caridad; los he contemplado en los cortijos, desarrollando una vida que se confunde con la de las bestias; les he visto dormir hacinados en las sucias gañanías, comer el negro pan de los esclavos, esponjado en el gazpacho mal oliente, y servido, como a manadas de siervos, en el dornillo común; trabajar de sol a sol, empapados por la lluvia en el invierno, caldeados en la siega por los ardores de la canícula, y he sentido indignación al ver que sus mujeres se deforman consumidas por la miseria en las rudas faenas del campo; al contemplar cómo sus hijos perecen faltos de higiene y de pan; cómo sus inteligencias pierden, atrofiadas por la virtud de una bárbara pedagogía, que tiene un templo digno en escuelas como cuadras, o permaneciendo totalmente incultas, requerida toda la actividad, desde la más tierna niñez, por el cuidado de la propia subsistencia, al conocer todas, absolutamente todas, las estrecheces y miserias de sus hogares desolados. Y, después, he sentido vergüenza al leer en escritores extranjeros que el escándalo de su existencia miserable ha traspasado las fronteras, para vergüenza de España y de Andalucía.
Dauzat (La misère en Espague, artículo en La Revue, núm. 20, 1913) describe la vida del jornalero, tomando de la realidad sus tintes sombríos, y cita, para resumir el estado miserable del campesino andaluz, la ya célebre frase de Mr. Malhall (en su libro Progresos the World) “no hay situación en el mundo a la suya comparable«. Angel Marvaud (L’Espagne au XX siêcle) y H. Loriu (artículo en Revue de deux Mondes, Octubre de 1913) nos habla también, compasivamente el primero, «de la masa considerable de campesinos, los cuales no tienen más capital que sus brazos ni otra retribución que su salario miserable…” y el segundo “de las grandes masas de jornaleros sin protección alguna, sometidos a merced de los propietarios de la tierra«.
Y lo peor es que con relación a estos hechos evidentes no podemos consolarnos autosugestionándonos con la idea de que son las declaraciones producto del empeño que los extranjeros muestran en exagerar nuestros males para conseguir desacreditarnos; cosa frecuente en España y frente a la cual Mr. Dauzat viene a asegurar es el que le inspira un sentimiento piadoso, provocado por nuestra incapacidad para redimirnos de nuestras tremendas desgracias. El hecho está vivo. La inmensa mayoría del pueblo andaluz está constituída por esas grandes masas de que nos hablan los escritores citados. Y todos los andaluces, con sólo querer observar, podemos convencernos de que no hay, por lo mísera, situación a la de éste comparable. Las más crueles descripciones alcanzarán, a lo sumo, a bosquejarnos lo que todos hemos podido y podemos ver.
En un informe oficial consta acreditado el dicho del referido escritor inglés, cuyo texto cita la comisión de Reformas Sociales, evacuando una consulta hecha por el Ministro de la Gobernación (inserta en el Resumen de la Información acerca de los obreros agrícolas en las provincias de Andalucía y Extramadura, publ. del Instituto de Reformas Sociales), “En general, dice dicha consulta, la situación del obrero español ha sido considerada como la más desventajosa de todos los obreros de las grandes naciones. Mientras en los Estados Unidos las necesidades de su vida nutritiva le distraen el 21 por 100, en España le consumen 67 por 100 del salario. Si se compara la situación de los obreros agrícolas con la de los industriales en nuestro propio país, es posible que demostrasen otras desventajas de los primeros. Si se comparase, en fin, la situación de los obreros agrícolas de Andalucía Extremadura con la de otras regiones de la Peninsula, se apreciarían seguramente diferencias muy significativas«. Es decir, que está oficialmente demostrado que la última, la más espantosa de todas las situaciones, es la de los jornaleros andaluces. Considérense ahora los detalles de esta comprobación. Me circunscribo únicamente a los datos oficiales y prescindo de los adquiridos por la propia observación, los cuales pudieran parecer exagerados.
Alcanzan los jornales mas frecuentes (según la citada «Información») en las provincias andaluzas, los pagados en metálico, a 1,50 pesetas en Almería, Huelva y Jaén: a 1,40 en las de Málaga, Córdoba y Sevilla; a 1,80 en la de Cádiz, y a 1,10 en la de Granada; y los que se satisfacen parte en metálico y parte en alimentos (generalmente de horrible calidad), ascienden en Almería y Cádiz, a 1,50; en Sevilla, a 1,60; en Córdoba, a 1,65; en Granada, 1,40; en Málaga, a 1,45; en Huelva, a 1,80; en Jaén, a 2. Estos son, como hemos dicho, los jornales calificados en la «Información» referida los más frecuentes. Advirtamos que en este orden hay jornales mínimos, y, por tanto, que existe cabeza de familia que gana ¡35 céntimos! (en algunos lugares de Almería). Considérese, además, que en los lugares donde el jornal se percibe parte en dinero y parte en alimentos, llégase a pagar hasta el 60 por 100 en especie (como sucede en algunos pueblos de Sevilla y Málaga): que existe una proporción respetable de braceros (el 10 por 100 en la últimamente citada provincia) cuyo jornal (incluyendo metálico y especie) no llega a una peseta; que este mísero salario deja de cobrarse en las frecuentes holganzas por fiestas o falta de trabajo; que hay periodos en el transcurso de los inviernos, y en algunos pueblos en primavera y otoño, durante los cuales, al ser los obreros del campo repartidos entre las personas pudientes, perciben el jornal de un modo incompleto; prolongándose dichos períodos, en que la dignidad del trabajo sucumbe humillada por una repugnante y forzada caridad, hasta tres meses, como ocurre en algunos municipios de Almería; que aun en provincias como esta última, en que el jornal frecuente es el de 1,50, esto no es general, existiendo un respetable número de jornaleros que no alcanzan dicho salario (el 18 por 100); consideremos detenidamente todas estas cifras, que nos dan la clave de las expresadas miserias de los campesinos andaluces, y ante la imposibilidad en que éstos se encuentran, dadas las actuales circunstancias, de mejorar de situación, como dicen muchos Ayuntamientos informantes, ante los hechos que así lo condenan a clamar eternamente pan y trabajo en las puertas de las alcaldías, no solamente se sentirán acudir lágrimas a los ojos, como aseguraba el ministro de Carlos III, sino que habremos de preguntarnos con indignación cómo la más cobarde indiferencia ha respondido durante tanto tiempo a las causas que, provocando tal estado, han producido el envilecimiento de una gran parte del pueblo, constituída por la clase campesina, la más principal, la base del pueblo, en un país como Andalucía, esencialmente agricultor.
Fuente:
- El Jornalero Andaluz. Por Blas Infante. Andalucía, núm. 4 (septiembre de 1916), pp.4-5. Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España