Niño de la Rosa Fina
La Historia de un pueblo, Casares, la esculpieron sus hombres y mujeres, supervivientes de momentos convulsos, de tragedias personales y con un intenso apego y querencia a su tierra.

A través de D. Francisco Doncel Quirós, Niño de la Rosa Fina, nacido en Casares en 1896, hijo de Diego y Sebastiana, cantaor flamenco y fallecido en el mismo pueblo en 1981, trataremos de entrelazar y tejer la cultura e historia con el flamenco de Casares.

La crisis de entre siglos (s.XIX – s.XX), llamada finisecular, dio de lleno a Casares, pueblo eminentemente de pervivencia agraria. La caña de azúcar en el Bajo Genal, cultivada por la Sociedad Industrial y Agraria del Guadiaro, no estaba obteniendo la rentabilidad y productividad deseada. La campiña de secano y sus sembraduras cerealísticas y leguminosas no eran competitivas con otras comarcas andaluzas, lo cual se acentuaba aún más por la sequía cíclica que han sufrido estas tierras y por las importaciones de trigo extranjero que disfrutaban de bajadas arancelarias. Finalmente, la viña, ampliamente difundida en Casares y de carácter minifundista, estaba en una situación de erradicación debido a la filoxera, enfermedad parasitaria de la vid.

Casares, hacia 1940. Fotografía: Archivo de C.Ferrer
Fotografía: Casares, hacia 1940 (Archivo de C.Ferrer)

En este escenario, la familia era el eje central de una estrategia que garantizaba el trabajo y la alimentación de sus miembros, lo cual explica la alta prolificidad, al considerar a los hijos como parte de su capacidad productiva y rentable.

El hombre en la casa impondrá casi siempre sus criterios en todos los órdenes. La mujer, por el contrario, sumisa, obediente y en la mayoría de los casos analfabeta, adoptará una estrategia milenaria: «Tu habla que ya veremos…».

Dos situaciones van a alterar esta situación de finales del s.XIX: la emigración a América del Sur de familias enteras de Casares con destino a Brasil y Argentina, y la Guerra de Cuba, donde jóvenes soldados de reemplazo, de clases populares, sin poder cubrir económicamente su excedente de cupo, participarán en la contienda. De entre éstos algunos no volverán; otros, con enfermedades tropicales, si lo hicieron.

Calle la Fuente. Cinema Ortiz (Casares) Fotografía: Archivo del autor
Fotografía: Calle la Fuente. Cinema Ortiz, Casares. (Archivo del autor)

El Flamenco en Casares

En el primer cuarto del s.XX, D. Blas Infante Pérez, nuestro más insigne casareño, recoge en su publicación Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo, el ambiente musical en Casares bajo una banda sonora: EL FLAMENCO.

Decir la palabra flamenco tiene en esa época un matiz de valentón, asocial, individualista y rebelde. El flamenco, mayoritariamente asociado al gitano andaluz, recoge estilos musicales de gentes irredentas, moriscos, hebreos y gaches fugados, encajando perfectamente en el dicho «los flamencos no comen».

El reloj biológico de la vida del campo condicionaba la vida de los campesinos y jornaleros: sementera, escarda, siega y trilla. Los cantes con aires camperos se escuchaban en el agro, y entre todos ellos especialmente las trilleras, un ritmo básico acompañado de cascabeles y campanillas de los équidos que, junto a las voces del yegüero, servían para animar el ritmo de trabajo y la vuelta para comenzar de nuevo, como decía aquella letra de Cante de Trilla:

Ya está la parva
Sobre la era
Y que Dios bendiga
La sementera.

La sementera. Fotografía: Archivo del autor
Fotografía: La sementera (Archivo del autor)
Arrieros (Archivo Benito Trujillano Mena)
Fotografía: Arrieros (Archivo del autor)
La trilla (Jeromen Mintz, 1969)
Fotografía: La trilla (Jerome Mintz, julio de 1969)

La primera carretera en Casares no se construirá hasta los años 1932-1934. De ahí el carácter secular de aislamiento del pueblo. Todo el transporte, en el comercio y en el trabajo, es realizado por un personaje mítico de estas tierras: el arriero. Surcando veredas, cañadas, cordeles de ganado, estos hombres montaraces y libres se constituían en medios de comunicación e información de todo tipo; también libre era su cante, la serrana:

De la Sierra de Ronda
vengo señores,
de buscar la serrana
de mis amores.

Concierto en Barcelona (1933)
En los años veinte de este inicio de siglo, la Guerra de Marruecos, con el Desastre de Annual, vuelve a llamar a filas y a la guerra a los jóvenes casareños. También se produce una emigración temporal de trabajadores de este pueblo, siendo su principal destino las minas de Kenitra, en Marruecos.

Esos locos años veinte coinciden con la edad de oro del flamenco en Casares. Hay actuaciones en diferentes locales como en el Kiosco. Por ahí pasan los mejores cantaores de flamenco y sobresale su máxima figura local, el Niño de la Rosa Fina. Destacan José Palanca, Manuel Vallejo, Canalejas del Puerto, Antonio El Sevillano, Luquitas de Marchena y Paco Isidro que con su fandango «Yo tenía un caballo bayo…» hará historia impulsando el sobrenombre de una familia de Casares: los Bayos. En esos años se decía «En Casares se entendía de flamenco y se pagaba…»

Baile de fandango casareño (Archivo Franchesca Ledesma Lazo)
Fotografía: Baile de fandango casareño (Archivo Franchesca Ledesma Lazo)

La gran aportación de este pueblo a esta cultura flamenca es el fandango casareño que, como bien define D. José Francisco Balbuena Pantoja, es una variedad local del fandango abandolao malagueño derivado del verdial y como baile de candil, es decir como fiesta popular y preflamenca, fuertemente sexuado, productora de un espacio ritualizado y simbólico esencial para la identidad de la comunidad, así como fuente de inspiración y conocimiento para el desarrollo del arte flamenco y su afición.

Sociológicamente, el baile del fandango tiene un carácter semipúblico, al celebrarse en domicilios privados; carente de estatus social, ya que son jóvenes de todas las capas sociales los que comparten el evento; y establece distinción de sexo entre hombres, a un lado, y mujeres, al otro, sentadas en una banca llamada tálamo.

La mujer es la gran protagonista de un baile del fandango que está configurado para que se exhiba, con sus giros y posturas, y porque además le permite tocar todos los instrumentos musicales: guitarras, bandurrias, platillos, etc.

Las letras del fandango refieren un contenido entre el amor y el desamor, la crítica sibilina, los paisajes idílicos y la vanagloria del cantaor y los suyos: su capacidad de trabajo, arrogancia y hombría. En esta línea, el Niño de la Rosa Fina es su máximo exponente, pues les da un giro personal:

Soy de Casares Señores
y lo llevo muy a gala
y en toita las reuniones
mi fandango es el que gana

Rosa Fina sobresale además en sus temas por palos de Campanilleros y la Praviana.

Todos los componentes de los Campanilleros se escenifican en Casares con los cien años de existencia del Convento de Hermanos Menores Capuchinos (1731-1840), con la Cofradía del Rosario de Casares, y con los Rosarios de la Aurora, camino del Calvario.

La Praviana es un cante de clara reminiscencia asturiana adaptado por Rosa Fina en homenaje a un amigo guardia civil originario de esas tierras, que prestaba sus servicios en el Cuartel de Casares.

Durante la II República hay también dos cantaores que triunfan y son asiduos de Casares, donde mantienen buenos amigos: D. José Ruiz Arroyo y D. Manuel Vega García.

De D. José Ruiz Arroyo, «Corruco de Algeciras», aunque con grandes contradicciones en su biografía, puede decirse que según testimonios de la época, su fandango republicano se cantó profusamente en Casares:

Un grito de libertad
dio Galán y García Hernández
tembló el trono y la corona
y con dolor hizo triunfar
la república española

Por su parte, D. Manuel Vega García, «El Carbonerillo», fue gran impulsor del fandango y un personaje por el que más de una casareña suspiró.

Aquella maldita guerra civil también salpica de tragedia y trunca la carrera artística de Rosa Fina. Identificado con las ideas republicanas, hace el camino de la desbandá de Málaga a Almería junto con su familia. Tras un tiempo refugiado en Cataluña, marcha a Francia donde es internado en el Campo de Concentración de Bram. A su vuelta a Casares, conoce el fusilamiento de su hermano Diego, «Rosita Chico», en el Cementerio de San Rafael de Málaga.

Durante la posguerra, Casares queda asolado por el exilio de los perdedores y la emigración económica. En ese momento, un cantaor y una canción hieren los sentimientos y las razones, Juanito Valderrama. Aquel pequeño miliciano que conocieron en el Frente del Guadiaro y su tema El Emigrante, oído en la Radio Pirenaica durante los matinales de los domingos en Cordes Sur Ciel, en el Tarn francés, consigue que los casareños sueñen con la Plaza, la Peña, los cortinales, Celima… ellos jamás volvieron.

En los años cincuenta hubo actuaciones inolvidables en el Cinema Ortiz de la Niña de la Puebla.

Casares, como todo pueblo que se preste, también tiene sus dosis de ingratitud y falta de reconocimiento y respeto con sus hijos. Rosa Fina tuvo una vejez en los términos expresados. También influyó su personalidad. Murió en Casares, en la calle Villa, en el año de 1981.

Solicitud de repatriación, 8 de agosto de 1939
Fotografía: Solicitud de repatriación, 8 de agosto de 1939 (Archivo Histórico Provincial de Málaga)
Niño de la Rosa Fina en Estepona (década de 1960)
Fotografía: Niño de la Rosa Fina (Estepona, hacia 1970) (Archivo Ildefonso Navarro Luengo)

Brotes nuevos en un viejo árbol, y desde aquí mi reconocimiento a quienes perpetúan esta memoria musical de Casares: a los hermanos Cózar, Diego, Bartolomé, Juan Jesús, Juana Mari, Paco, Javier y nuestra esperanza de futuro, Ana Pineda.

El olvido es robarle la llave a la Historia

Benito Trujillano Mena
Este artículo se publicó por primera vez el 18 de marzo de 2014 en iluana.com

Ana Pineda al cante y Javier Pineda "Potajito de Casares" a la guitarra
Fotografía: Ana Pineda al cante y Javier Pineda «Potajito de Casares» a la guitarra