
Fosa común Cerro de la Horca (Casares)
Casares cuenta con dos fosas comunes que suman un total de cuarenta y tres personas enterradas. Estas fosas son consecuencia de la represión durante la Guerra Civil española entre 1936 y 1939 y son, La fosa del Cerro de la Horca y La fosa de Arroyo Marín, a las que hay que hay que sumar un enterramiento aislado en el Puerto de la Cruz.
En el contingente bélico, Casares cayó en manos del bando sublevado el 3 de octubre de 1936. Algunos días antes de su toma, la población civil casareña huyó despavorida camino de la capital malagueña. Utilizaron para su huida las faldas de Sierra Bermeja, Sierra Blanca y Sierra de Mijas, ya que, por su orografía, servían de refugio al constante bombardeo de los barcos nacionales desde la costa mediterránea. Los pueblos de la costa se convirtieron en receptores de refugiados procedentes de Casares: sólo Marbella contaba con 650 casareños.
Ante el cambio de signo político de la capital malagueña, las personas refugiadas procedentes de Casares tampoco podían asilarse en la ciudad, por lo que, o buscaban refugio en los pueblos de la provincia, o seguían su camino hacia adelante, recorriendo el camino de la muerte entre Málaga y Almería.
A mediados de febrero de 1937, miles de familias volvieron a Casares , que poco a poco, fue recuperando el grueso de su población. Los casareños retornados asistían atónitos a lo que esa guerra les estaba regalando: destrucción, sangre y hambre. A su regreso encontraron sus casas saqueadas o destruidas.
Los fusilados del Cerro de la Horca
El contexto del retorno devuelve al pueblo de Casares a muchos de los que poco después serían fusilados. A la llegada al pueblo fueron denunciados verbalmente ante las nuevas autoridades municipales, que los detuvieron y los encarcelaron. En la noche del 16 de febrero de 1936 fueron sacados de la cárcel. Se les comunicó que serían llevados a Algeciras, lugar de referencia para el bando sublevado en aquellos días de guerra. Sin embargo, cuando llevaban poco trayecto de camino, cerca de una herrería, murió el primero de ellos, el más joven, que se negó a seguir andando, entonando estas palabras: «… a mí me vais a matar aquí mismo, por este camino nunca llegaremos a Algeciras». Era el hermano pequeño del alcalde del Frente Popular en Casares, a quién apresaron a falta de poder hacerlo con el hermano. Siguieron avanzando por un camino excavado en la roca, un antiguo proyecto de carretera de tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, camino que acabó siendo testigo aquella noche de una espiral de sangre y violencia.
Al día siguiente, el 17 de febrero, a primera hora de la mañana, algunas esposas se dirigieron a la cárcel de Casares para llevar café a sus maridos. Se encontraron sus sitios vacíos. Corrían rumores que hacían presagiar el peor de los pronósticos. Todos lloraron amargamente. Las esposas de los fusilados fueron llevadas a una casa de la calle La fuente, donde sus cabellos fueron rasurados hasta apurarlos al mínimo. Pretendían de ese modo darles una lección.
Al comienzo de la primavera, los perros removieron el lugar donde se hallaban los restos de los hombres fusilados. Un anciano, tío de una de las víctimas, enterró los restos que asomaban a la superficie y rodeó de piedras aquella fosa común del Cerro de la Horca.
Este monumento de memoria histórica ha sido fruto de la colaboración entre el ayuntamiento de Casares y el casareño Benito Trujillano Mena, cuya investigación ha servido para esclarecer los hechos ocurridos durante la represión llevada a cabo por el ejército sublevado en la Guerra Civil. Es también un acto de justicia para rendir homenaje a las víctimas.
Fuente: Benito Trujillano Mena et al. (editores.), Casares en la Memoria (Ed. Atrapasueños, 2011. 289 páginas)
